Hubo en la noche de esa Salta de antaño lugares donde la gente pobre solía desahogar su cansancio y su tedio de la semana, que transcurría a lo largo de las horas de pesado trabajo. Gente que no podía solventar los gastos de los famosos "Cabarets" que en la década del 30 al 40 fueron verdaderos establecimientos del placer y el pecado, como solían decir la viejas recatadas y chusmas que vivían detrás de los visillos.
También solían amerizar intelectuales y poetas que componían la fauna bohemia de una Salta que prometía ser la capital de la poesía y la cultura.
Durante el día eran absolutamente invisibles para convertirse luego de la caída del sol en el blanco obligatorio del sediento.
Uno de estos boliches era conocido como "Rancho `i Goma", el que funcionaba en una cuadra llena de penumbras de la calle Mendoza y configuraba un discreto burdel de fuertes inclinaciones vernáculo- ciudadanas. El local era de regular dimensión, contando con un largo mostrador, la clásica estantería contra la pared, y mesas y sillas agrupadas en el local. El nombre le vino porque siempre había lugar para alguien más. Daba la impresión de que se estiraba cada vez que alguien quería entrar a saciar su sed. Se expendía vino al copeo, y hasta "vermú con martillazo", como se denominaba a un vaso de vino con un brevísimo chorro de soda.
La mortadela y el salame eran lo más consumido, como también trozos cortados de queso muy hediondo, sobre todo el queso picante que llegaba desde Anta o Amblayo.
A diferencia de los burdeles el "Rancho `i Goma", no brindaba espectáculo, más bien la característica fundamental que tenía la ofrecían los propios clientes ya que eran famosas las reyertas que se armaban donde podía volar de todo, desde mesas, sillas y botellas hasta biblias.
Por lo general todo empezaba con las famosas "sopapeadas" donde dos involucrados se daban de cachetazos a mansalva puesto que nublados por el alcohol que brindaba el negro vino vallisto no eran de andar embocando y por supuesto alguno de estos frenéticos "chirlos" iba dar en la cara de algún espectador que de inmediato se sumaba a la contienda que al rato se convertía en epidémica.
Las pocas mujeres que acompañaban a estos corajudos contendientes sacaban a relucir sus afiladas uñas y haciendo silbar el aire desparramando gritos se sumaban al alboroto.
Por lo general dos policías custodiaban la entrada y cuando se armaba el merequetengue se sumaban para dar un fin momentáneo para que reine por un tiempo la paz y la gente pueda seguir tomando tranquila.
Rara vez se derramaba sangre ya que todo el mundo comprendía que la diversión se encontraba en una sana trifulca sin consecuencia alguna.
Los propietarios se mantenían en un discreto anonimato, que solamente se interrumpía cuando tenían que concurrir a una seccional de policía a dar razones sobre algún incidente de proporciones.
También eran parte del show las famosas "correteadas" que eran cuando ciertos clientes se daban a la fuga sin querer pagar, por lo general y por culpa de su crítica situación etílica eran alcanzados por los policías porteros quienes aprovechaban para propinar algunos puntapiés en las zonas traseras de los lamentables corredores.
A medida que pasaba el tiempo, el centro de la ciudad iba creciendo, extendiéndose hacia los cuatro costados. Las calles iban iluminándose con mayor nitidez y el pavimento avanzaba cada tanto, merced al impulso de algún nuevo intendente que trataba de contar con el beneplácito de sus conciudadanos.
Este progreso paulatino fue empujando a los locales de este tipo, que solamente tenían alguna fama hecha por la picardía de los concurrentes, ya que, en síntesis se trataban de simples borracherías.
El Rancho `i Goma, desapareció en silencio, ingresando al olvido sin que nadie lo recuerde en la actualidad.
José de Guardia de Ponté