La palabra "saber" deriva del latín "sapere" (poseer inteligencia y buen gusto). De esta raíz también deriva el vocablo "sabor".
Los romanos relacionaron los sentidos con el intelecto:
1) Sabor con saber - tener buen juicio.
2) El Tacto con la delicadeza - "tener buen tacto" es tratar con mesura y cuidado a alguien.
3) El Olfato con saber anticiparse o detectar algo - "esto me huele mal".
4) La Vista con el análisis y el estudio - "tener una buena perspectiva".
5) El oído - con saber escuchar y aprender con humildad. Estar atento.
El Etimólogo italiano Ottorino Pianigiani nos dice "el que no sabe explicar en palabras lo que sabe, es como si en realidad, no supiera..." y esto viene a cuento de la relación saber y transmitir ya que la sabiduría está relacionada con la docencia. Un Maestro no es solamente aquel que sabe sino el que puede cambiar el mundo.
Relacionado a esto podemos citar a Johann Kaspar Lavater (1741-1801) "Si quieres ser sabio, aprende a interrogar razonablemente, a escuchar con atención, a responder serenamente y a callar cuando no tengas nada que decir". En realidad un sabio nunca asevera o está convencido, solamente los necios y los fanáticos vociferan verdades, él siempre duda y reflexiona, incluso cuando calla dice más que el necio cuando habla.
Estar informado no es sinónimo de sabiduría. Un amigo mío decía: "allí pasa un estúpido con una ignorancia enciclopédica". Para ser sabio necesitas una filosofía propia, tu propio camino, te brinda herramientas para poder discernir, optar, elegir y decidir. Un conocimiento que nos ayuda a ganarnos la vida y nos ayuda a vivir.
En su etimología griega "sofía" es “la conducta prudente de la vida” y la prudencia es una virtud que consiste en discernir y distinguir lo que es bueno o malo para seguirlo o huir de ello, es también la templanza, la cautela, la moderación, la sensatez y el buen juicio.
Por lo que la "sabiduría" es un saber particular que ninguna ciencia expone, que ninguna demostración prueba, que ningún laboratorio puede comprobar o verificar, que ningún diploma acredita. No se trata de una teoría, sino de una práctica. No se trata de una prueba, sino de experiencia. No se trata de ciencia, sino de vida.
Los griegos exponen que cuando a esa sabiduría se la reverencia, se la profundiza más allá de la experiencia y se la expone al más alto grado de pensamiento se la llama "filosofía".
Casi todos los pueblos han tenido o tienen su sabiduría, distinta de la ciencia u otro conocimiento,; a este saber popular le llamamos Folklore, o también el patrimonio cultural inmaterial, intangible y folklórico, el cual encierra las cosas más simples y a la vez las más extraordinarias ya que son la esencia, el sentir y el alma de la cultura de un pueblo.
La humildad es un factor preponderante ya que un sabio es consciente de su ignorancia y siempre está detrás de la sabiduría, los necios, en cambio, piensan ya haberla encontrado.
Pero he aquí cuando se unen las palabras "amor" más "saber" se constituye la síntesis, el sentido y la concreción del término "sabiduría" ya que el amor es una fuente inagotable de reflexiones profundas como la eternidad, altas como el cielo y grandiosas como el universo. El saber sin amor es sólo números y letras.
Mientras que el conocimiento duerme y ronca en las bibliotecas, la sabiduría está en todas partes, bien despierta y alerta.
Todo hombre que sabe es apenas un aprendiz pero cuando ama o está infundido de amor es un sabio.
Hay tanta tela para cortar en este sentido que sería casi interminable el discurrir, pero podríamos finalizar diciendo, en esta primera entrega, que no basta saber, se debe también aplicar. No es suficiente querer, se debe también hacer. La sabiduría como tal es la forma más sutil y exquisita de hacer de la vida una obra de arte.
No existe sabiduría más grande y más antigua que la que reza "Noce te ipsum" - "conócete a ti mismo" principio fundamental de la filosofía - y el secreto para conocer los misterios del universo. Todo empieza, todo termina en un punto crucial - nuestra propia alma; es por ello que todos los caminos -en definitiva- conducen a uno mismo.
José de Guardia de Ponté