Salta ha tenido, y tiene personajes que sobresalen del común de los vecinos, que suelen ser verdaderos creadores humorísticos que van sembrando de anécdotas y sobrenombres cada rincón de la ciudad, o del interior de la provincia. Este personaje es el común denominador provinciano, que apareció tal vez desde los primeros inicios de las letras en las viejas colonias.
Salta fue cuna de los más destacados humoristas entre los que en un tiempo no muy lejano, ocupó lugar descollante don Nicolás López Isasmendi, verdadero genio del buen humor que adornó a la Salta perezosa de sus años mozos, con originales travesuras.
Otro personaje inolvidable fue Wenceslao Wilde más conocido por el “loco Wilde”. Su anecdotario es muy rico como aquel que se titulaba como presidente del “Club de los Muertos” cuyos integrantes erróneamente habían sido consignados en la lista de difuntos por los diarios durante la epidemia del cólera que afectó el norte del país. Entre otras de las extravagantes fechorías del “loco Wilde” -quien frecuentemente era acompañado por otro excéntrico personaje de la Salta de antes, Honorato Oliva- fue cuando tuvo la escandalosa idea de ingresar a las monjas de clausura del Convento de San Bernardo. Sea como sea. Llegó hasta el monasterio y tocando la campanilla ubicada a un costado del torno y cambiando su voz le expresó a la monjita portera que traía un obsequio para la comunidad en nombre de una caracterizada vecina. Sorprendida en su buena fe la religiosa hizo girar el torno situación que aprovechó Wilde cubierto su cuerpo con ropas muy ligeras o sea sólo con una careta. Ya dueño de la situación el “loco Wilde” comenzó desnudo una desaforada carrera por las galerías del claustro ante el estupor de las hermanas. El terror se hizo cargo del claustro mientras alarmantes gritos proferidos por las religiosas se perdían en cada una de las celdas. Mientras tanto la monja portera echaba al aire las campanas de la ermita en procura de auxilio. Antes que llegara la policía Wilde se alejó del lugar siendo detenido horas después. En otra oportunidad Wilde fue a “visitar al comisario de Policía” en dos carros cargados con sus muebles aduciendo que cuando lo llevaran preso podría gozar de las comodidades que le proporcionaba su hogar.
Como veremos también estos personajes, los "ocurrentes", suelen ser los autores de apodos que perduran a través del tiempo y que algunas veces fueron tortura de los aludidos. Hay apodos con nombres de animales, y otros que encierran verdadera definición del personaje. El Cuchi Leguizamón, por ejemplo, es uno de los apodados que llevan su carga con una naturalidad que posiblemente le brota de su auténtica condición de "ocurrente".
La comparación con seres o cosas desagradables para muchos, no era ofensiva en muchos casos, como el apodo de "Mandinga", dado a un señor Arias que jamás se molestó por eso.
Otros en cambio eran medio duros como el puesto a un pobre vecino que había sufrido un ACV y había quedado con la mitad del rostro paralizado, el apodo era “peón de ajedrez” porque camina de frente y come de costado.
Otros son ingeniosos pero hirientes como “Puente Roto” (nadie lo pasa) para un personaje que nadie lo soportaba por lo antipático.
A otro le habían puesto “sopa fría” porque la madre siempre le pedía que se caliente para conseguir trabajo.
Al rengo Contreras le habían puesto “Inspector de playa” (aquí hondo – aquí plano). Al mentiroso Lucho Aguirre le pusieron “Aguarrás” porque “de lejos parece solvente”
Estaba el “Antibiótico” Fernández porque “se toma cada 8 horas”. Que en paz descanse el “antibiótico” dicho sea de paso.
A una niña de cascos ligeros los muy bandidos le pusieron “cabeza de fósforo” porque apenas la frotás se enciende.
En la oficina al Soplete García le habían puesto “Auto fantástico” es negro, da vueltas al pedo, y le alcahuetea todo al Jefe.
Estos y mil sobrenombres más, por lo general, nacieron siempre en alguna rueda nocturna, mientras se jugaba al truco, o en algún boliche donde se acortaba la noche con el juego del sapo. Entre el sonido metálico de tejo y tejo, allá en los barrios de las afueras, van surgiendo sobrenombres, anécdotas y cuentos, donde juega el espíritu juguetón e imaginativo del salteño medio. Junto a ello se encuentra la anécdota jugosa, las comparaciones acertadas y certeras, que intencionadamente hacen un chiste a quien van dirigidas.
José de Guardia de Ponté